La vida era tan nueva, era tan larga, era tan sin estrenar y dulce, era tantas preguntas, era tantas promesas y esperanzas, era una extraordinaria omnipotencia. Un territorio de descubrimiento donde todo el tiempo era nuestro y moriríamos de viejos algún lejano día en un lejano año.
La vida era una estrella lustrada con el pañuelo de lustrar manzanas, ese pañuelo del que aún no conocíamos su vuelo de alondra gris para el adiós, su textura de nube para secar el llanto de los desconsuelos.
La vida era el instante en que vivíamos, una página en blanco para garabatearla o estrujarla, para hacer un barquito que navegara en charco de la lluvia o cruzara el Atlántico, porque todo, absolutamente todo era posible y bello y luminoso.


Cuando tenía 14 años ♥.